Créanme si les cuento que esta es una puñetera profesión, un complicado oficio donde a veces no sabes ubicar donde están tus amigos y donde tus enemigos, ni tan siquiera discernir la delgada línea que a veces separa a unos de otros. En tiempos donde la ética anda algo perdida, donde pareces vivir en una continua «guerra fría» con teléfono rojo incluido, donde casi nadie distingue lo que es un periodista, una persona que escribe bien y un junta letras, hoy quiero dejar las complicaciones del día a día para fijarme en todo lo contrario de lo que he relatado hasta el momento, para detenerme en algunas cosas buenas que te da esta profesión. Este no es un artículo de crítica, quizás no sea ni un artículo interesante, pero es un artículo de reconocimiento que me apetece escribir y hoy me tomo esa licencia.

Mi experiencia personal me ha dejado claro que es de vital importancia las personas con las que te encuentres en tu vida profesional para poder desarrollarte en este campo, yo he tenido la suerte de encontrarme a gente que me ha enseñado y me ha querido a bien. Corría el verano de 2004 cuando me topé con la primera de las personas que me empezó a abrir los ojos, a valerme de guía, a ayudarme por los siempre complicados inicios. Coincidí por primera vez con Rafael Sánchez Ruiz en ese verano, tres meses en los que aprendí con las ganas del que empieza y que se repetirían en algún que otro verano. Él con su cámara de fotos, yo con mi pluma.

Desde ese momento, mi relación con el fotógrafo se ha ido extendiendo en el tiempo y se ha dilatado en la profundidad de los lazos establecidos desde aquellos años de becaria que viví. Cuento todo esto a raíz de la exposición que Rafael Sánchez inauguró el pasado sábado en el Teatro «El Silo», una exposición que es fiel reflejo de su trabajo, de la exquisitez de su gusto por las cosas bien hechas, de la forma que tiene de mirar y hacernos mirar desde hace décadas la actualidad de nuestro entorno más cercano. No pude estar a su lado durante el acto de inauguración, pero cuando la vi por la noche sonreí alegrándome del éxito ajeno, disfruté con cada fotografía que da vida desde entonces al Teatro, me alegré de cada una de las felicitaciones que a buen seguro le han «caído» desde entonces.

Y es que en esta jauría, en este oficio y profesión de pisotones e inmoralidades, a veces tienes la suerte de toparte con personas íntegras, personas que se sientan delante tuya y te dicen desde el cariño, o relajas tu pluma o vas a tener problemas. Y se enfadan cuando no le haces caso, pero te siguen respetando, te siguen cuidando, enseñando y aconsejando. Cuando visiten el Teatro, porque lo tienen que visitar, y vean cada una de las fotografías entenderán -quien aún no lo conozca- de lo que hablo y me darán la razón sobre la profesionalidad de Rafael Sánchez. Pero es que además de admirarlo por como mira a través de su objetivo, yo también lo admiro por su forma de entender la profesión, por su forma de ser y de estar, a pesar de las diferencias, él con su cámara y yo con mi pluma. Enhorabuena, una vez más, por todo.

Por cierto, que la exposición del Teatro también refleja el trabajo realizado desde la concejalía de Cultura, con sus técnicos y los diferentes concejales que han ido ocupando el despacho. Y ver algunas imágenes nos debería hacernos sentir orgullosos por la oportunidad que hemos tenido de ver y escuchar a artistas de la talla de Raphael, José Mercé, Luis Eduardo Aute, Sara Baras, Pablo Alborán o Pasión Vega. Dicho queda.